Friday, July 18, 2014

Una mirada desapasionada al salario mínimo


"Los defensores de las leyes de salarios mínimos se atribuyen el crédito de ser más 'compasivos' hacia los "pobres.' Pero pocas veces se molestan en chequear cuáles son las consecuencias de tales leyes. Uno de los principios más simples y fundamentales de la economía es que la gente tiende a comprar más cuando el precio es más bajo, y a comprar menos cuando el precio es más alto. Sin embargo, los defensores del salario mínimo parecen pensar que el gobierno puede incrementar el precio de la mano de obra sin que se reduzca la cantidad de trabajadores que serán contratados." Thomas Sowell, Hoover Institue, 2013
Lo difícil del tema salarial es que en defensa de la lógica económica pudiera darse la impresión de ser indolentes ante la suerte de los grupos sociales más golpeados por la pobreza, algo que -sin dudas- dista mucho de la realidad. Los altos niveles de pobreza en nuestro país constituyen motivo de gran preocupación, no solo por el drama humano que significa que cientos de miles de dominicanos y dominicanas no tengan acceso a una alimentación mínima, sin viviendas seguras, y carentes de servicios de salud, sino también por las implicaciones sociales y políticas que la pobreza pudiera tener en la viabilidad de la convivencia pacífica.
Sin embargo, es preciso abordar el tema con cierto sentido de responsabilidad económica y social. Adam Smith, el padre de la economía, planteaba que con frecuencia los individuos -sin proponérselo- podían, en nombre del bien común, hacerle daño a la sociedad y a la economía. Esto ha sido muy común en lo que se refiere a los controles de precios, tan desprestigiados en el pasado pero que aún persisten en las prácticas cotidianas de muchos países. En la generalidad de los casos están fundamentadas en buenas intenciones, pero con resultados económicos desastrosos. En cambio, plantea el maestro Smith, el carnicero o el panadero que pone estos alimentos en la mesa de los consumidores, no lo hace por altruismo o persiguiendo un objetivo social. Lo hacen en procura de su propio beneficio. A pesar de ese interés individual cumplen con una necesidad social. Ese es el gran poder del intercambio libre: poner de acuerdo a individuos con diferentes preferencias y valoraciones de los bienes y servicios disponibles.
El mercado laboral no escapa a esa realidad. El Estado debe aportar un marco regulador que facilite la libre contratación de la mano de obra, en un marco institucional que garantice el derecho de asociación de los trabajadores y no sean permitidas las prácticas laborales que atenten contra la dignidad de quienes venden sus fuerzas de trabajo. Pero es harto discutido en la literatura económica la conveniencia o no de tener políticas de salarios mínimos. Algunas naciones no tienen leyes de salarios mínimos, señala Sowell; entre ellas, Suiza es un caso notorio, pues en el 2003 su desempleo era cercano al 3%. En la actualidad ese desempleo se ha reducido a un 2%. Cierto, no somos suizos. Pero alguna enseñanza se deriva de un país desarrollado que ha logrado campear la crisis financiera internacional manteniendo esos niveles envidiables de desempleo.
Mark Wilson (2012), un economista experto en mercado laboral, evalúa el impacto de los salarios mínimos en los niveles de empleo y en la reducción de la pobreza, entre otros efectos. Muestra que de alguna manera el consumidor final termina pagando los incrementos del salario mínimo, y que dependiendo de la magnitud de ese incremento el desempleo reacciona elevándose en determinada proporción. Es un hallazgo que puede ser entendido intuitivamente: a un mayor costo laboral, se reduce la demanda de trabajo. Algunos analistas van en la vía contraria: un incremento en el salario mínimo crea un círculo virtuoso, pues pone un mayor poder adquisitivo en mano de los trabajadores, lo que se traduce en una mayor demanda de bienes y servicios, estimulando un mayor crecimiento económico. Ese razonamiento olvida los principios básicos de la economía. El mayor poder adquisitivo solo se queda en manos de los trabajadores que retienen su empleo, para los que lo pierden su poder adquisitivo se reduce a cero. La evidencia muestra que este segundo efecto es mayor.
Por el lado de la pobreza, podemos ver inmediatamente la vinculación con lo planteado anteriormente. Los pobres que no trabajan no se benefician de un aumento del salario mínimo, pero se perjudican por la reducción en las oportunidades de trabajo y del impacto en los precios que conlleva mayores salarios.
No me interpreten mal. No estoy en contra de mayores salarios. Lo que estoy planteando es que hay formas saludables -desde la óptica económica- que promueven un dinamismo en el mercado laboral que, a su vez, se traduce en más empleos y mejores salarios. Un crecimiento económico orientado hacia el desarrollo es indispensable para fomentar una demanda de empleo que tarde o temprano empujaría los salarios hacia arriba. No basta con buenas intenciones, es preciso alimentarlas con políticas regulatorias compatibles con los fundamentos económicos.
@pedrosilver31
Pedrosilver31@gmail.com
http://www.diariolibre.com/opinion/2014/07/18/i706401_una-mirada-desapasionada-salario-mnimo.html

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